Mi primer contacto con un arma de fuego operativa fue en el
Cuartel de Instrucción de Marinería de Cartagena. Nos dieron un fusil de asalto CETME de 7,62 sin balas a cada
marinero y nos explicaron cómo teníamos que amartillar, apuntar y disparar. Tres sargentos se ocuparon de decirnos que al que se le ocurriera
girarse en la formación y apuntar hacia los compañeros por accidente o no,
recibiría un tiro de revolver en el acto, para lo cual nos lo enseñó cargado por si quedaba duda. Si había
cualquier problema, había que mantener la posición y levantar el brazo para
solicitar asistencia. Luego amartillamos y disparamos sin bala y escuchamos el clack, clack
del CETME entre grandes sonrisas y
testosterona fluyendo a raudales por nuestros cuerpos de 20 años.
Al día siguiente fuimos en formación al campo de tiro entre
charlas, chistes, risas y bravatas. Al llegar nos situaron frente un gran
terraplén con 10 dianas a unos 25 metros y formamos en hileras frente a las
dianas. Los instructores nos dieron 10 cartuchos a cada uno y nos volvieron a recordar que nada de girarse,
que el fusil siempre hacia la diana y dispararemos en tiro simple y no en ráfagas.
Y una advertencia más; no se trata de acertar sino de disparar las 10 balas sin
flaquear. ¿Cómo? No lo entiendo, pero yo voy a acertar las 10, que para eso
hemos venido.
Yo estaba en la primera fila. Cargamos las balas en el
cargador y lo metimos en el CETME. El corazón se me aceleró mientras escuchaba
las bromas de toda la brigada de 100 chavales esperando su turno. Dieron de la orden de “CARGUEN” y amartillé
el fusil. “APUNTEN” y bajé el fusil apuntando hacia la diana. “¡FUEGO!”…
Disparamos los 10 fusiles a la vez y después del estruendo de esa primera
descarga de fusilería se hizo el silencio más profundo que he sentido nunca.
Volví mi cara hacia la derecha sin dejar de apuntar a la diana y vi caras se
sorpresa y temor entre los que no tenían un fusil en las manos. A los tres segundos los instructores volvieron
a dar la orden de fuego gritándonos que
no nos quedásemos temblando ni "acarajotados". Seguimos disparando hasta 10 veces pero era
evidente que varios lo hacían con los ojos cerrados. Los casquillos saltaban e
incluso alcanzaban a algún presente y había mucho ruido y humo. Fueron 15 ó 20
segundos de completo estrés que tardamos en vaciar los cargadores.
Al finalizar la brigada estaba encogida, algunos con las manos en los oídos, en silencio sepulcral, sin
bromas sin comentarios, con algunas caras de temor… Cuando dieron la orden de
que se preparara la siguiente línea al menos 4 pidieron a sus compañeros retrasar
su turno.
Las siguientes descargas, superada la sorpresa y miedo
inicial ya fueron menos problemáticas y
a los 10 minutos se reanudaron las bromas y conversaciones entre el ruido de
los disparos. Para los registros, creo que acerté al menos 4 veces la diana.
Un chico se negó a disparar y recuerdo que imploró con
lágrimas en los ojos que no le obligaran a hacerlo. También recuero que el
suboficial al mando le dijo que no se preocupara, devolviera las balas y se
retirara a esperar que finalizara el ejercicio. Luego le escuché comentar con
los otros sargentos que obligarle a disparar era un peligro para el resto de
marineros y que no merecía la pena ni el riesgo ni hacerle pasar ese mal rato
al muchacho. ¡Bien por el sargento! Más adelante ese chico fue el encargado de
la armería de mi cuartel de destino. Siempre tuvo todas las armas en perfecto
estado pero no disparó jamás ninguna.
Todos estos recuerdos me han venido ante las preguntas que
se hacen algunos sobre si serían capaces de disparar un arma en defensa de su
familia, etc. Esta idea surge pensando en los atentados de Paris en los que
hombres armados han asesinado a civiles desarmados por docenas hasta que has
Fuerzas de Seguridad han terminado con ellos. Todos los testigos coinciden en
que al escuchar disparos entraron en pánico y se tiraron al suelo o no supieron
reaccionar. Evidentemente, matar es muy sencillo cuando alguien está armado y
su víctima desarmada y desprevenida, pero tal vez se podrían salvar algunas
vidas si estuviésemos mejor preparados para lo impensable. Y estaríamos mucho
mejor preparados para resistir una situación de crisis si pasamos por la
experiencia de la primera descarga de fusilería en un entorno controlado.
Si bien acepto que el Estado ejerza el monopolio de la
violencia y el control sobre armas, es conveniente que todos conozcan los
ruidos, sensaciones, etc. de una situación de crisis. Y para eso hay que
conocer las armas aunque no nos gusten.